La semana pasada asistí a un grupo de ponencias que reunían a mujeres ingeniero dedicadas al ámbito de las tecnologías. En el turno de preguntas de una de las últimas conferencias, surgió el debate a propósito de la discriminación positiva femenina. Más allá de las propuestas de cada una de las participantes, polarizadas todas en torno a versiones positivas o negativas de respuesta, lo que me resultó más curioso fue observar cómo se diluían los argumentos al intentar encontrar una causa u origen de las diferencias entre hombres y mujeres. Personas inteligentes, las que debatían, al intentar llegar en forma de últimas consecuencias a los principios, se perdían en el maremágnum se supuestos que, a medida que argumentaban, hacía que se desorientaran más el discurso. Dando palos de ciego y quedándose en lo superficial y anecdótico del asunto, no supieron llegar al núcleo duro de la cuestión.
Cuando me preguntan sobre la conveniencia y necesidad de la discriminación positiva femenina, me cuesta responder con contundencia. Porque, si bien es cierto que, por un lado, existen esquemas que dejan a las mujeres fuera de juego, hay otros motivos que me llevan a suponer que son ellas mismas las que los elijen libremente. Muy entrecomillada esta supuesta libertad de elección, es donde se encuentra el quid de la cuestión. Es decir, pongamos que una joven desea cursar estudios en ingeniería y, posteriormente, desarrollar su carrera profesional como directiva, ambos ámbitos atribuidos tradicionalmente a los varones. En los países occidentales, no habrá una ley que se lo impida y será ella la única que desestimará tal opción porque, por el motivo que fuere, lo considere inconveniente para su vida. Entonces, ¿discriminación positiva, por qué? Si nuestra sociedad o nuestra cultura en su discurso, defiende que esto es plausible, ¿por qué discriminación positiva en pro de las féminas? Se habla del techo de cristal, el aspecto de la diferencia de sueldos, etc.; pero, esto, aunque muy importante, no deja de estar en lo superficial. Quedarnos en ese tipo de razonamientos, que rozan peligrosamente el victimismo, nos situará en un callejón sin salida del que difícilmente podremos escapar para encontrar una solución. Y esto es así porque la respuesta se encuentra en cotas profundas para las que hay que estar dispuesta a sumergirse a bucear.