El machismo nació hace 10.000 años. Había precedentes de este dato, pero cada vez son más los estudios científicos que lo atestiguan. Un ejemplo de ello es la investigación llevada a cabo en la Universidad de Sevilla.
Siendo así, viniéndonos tan de antiguo el influjo del patriarcado, es natural que cueste extirparlo de las mentes de todxs. Se lleva reflexionando y luchando contra la desigualdad solo un siglo, frente a los 9.900 años precedentes. Se toma conciencia de la injusticia de manera generalizada desde hace solo 40 años (queriendo ser optimista) frente a los 9.960 anteriores.
De ahí que sea necesario seguir pensando y poniendo nombre y apellidos a los brotes de androcentrismo que siguen actuando. Poniendo sobre la mesa el absurdo del todavía dominio, en muchos ámbitos, de una mitad de la población (la masculina) frente a la otra mitad (la femenina).
Quizá cueste verlo porque el machismo actual está aguado y es poco manifiesto. Pero está. Una costumbre tan arraigada es difícil de eliminar en tan poco tiempo. Por más que intenten convencernos de ello y por más que me gustaría que no fuese así, sigue ahí. Es preciso aceptar este hecho porque justo en él se encuentra parte de la solución. Negarlo, decir que ya no está, no hace más que perpetuarlo. Si nos creemos lo que nos cuentan, que todos y todas somos iguales hoy en día, no haremos más que dar palos de ciego. Porque si no lo vemos no podremos luchar contra esta lacra. Contra esta desigualdad que, bajo todo punto de vista, ya dura demasiado.