Hay quien piensa que la Filosofía se desarrolla en el ámbito de lo críptico e impenetrable, considerándola como “algo que no va conmigo porque está más allá de la realidad cotidiana”. Es cierto que algunos filósofos expresan sus ideas de manera pseudo críptica y comprender sus tesis se convierte en tarea cuasi imposible, incluso para los que nos dedicamos a esto. Sin embargo, hay otras formas de comprender el “Amor por la Sabiduría”.
Me parecen muy oportunas las dos notas que destaca Manuel Cruz al inicio de su último libro El ojo de halcón. El filósofo cita a dos de los grandes como previa declaración de intenciones a aquello que vamos a encontrar en subsiguientes páginas. En primer lugar, en voz de F. Nietzsche, acota “Quien se sabe profundo se esfuerza por ser claro y quien se sabe superficial se esfuerza por ser oscuro”. Y es que son muchas las críticas que reciben aquellos pensadores que optan por argumentar sus reflexiones de forma “llana” con palabras que todos podamos entender. Hay quien los tilda de superficiales y poco rigurosos. No obstante, las complejas grandilocuencias no tienen porque estar asociadas necesariamente con la Filosofía. Y es que, ¿de qué sirve que aquello que escribas sea ininteligible para la mayoría? ¿Por qué no acercar la Filosofía al ciudadano de a pie? ¿Por qué ésta no debiera dejar de ser feudo de unos pocos?
Más allá del elitismo que destilan ciertos planteamientos filosóficos, por otra parte, será importante destacar cuál es el auténtico objeto de la Filosofía. La Metafísica, el Ser y el Ente, obviamente forman parte esencial de esta disciplina. Pero también son Filosofía diatribas acerca de otras “pequeñas grandes” cosas que la vida nos planta delante, si empleamos para su análisis la cota de curiosidad adecuada. Relacionado con ello la segunda cita empleada por el Catedrático de la UB en su última entrega: “Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la dolencia del alma”. Haciéndose con lo dicho por Epicuro, efectivamente, nuestra materia debe centrarse en aquello que preocupa al ser humano, llamémosle “corriente”. Obviando discursos estériles, lo que debe procurarse son remedios para los asuntos del alma y las emociones, para todo aquello que nos quita el sueño. Abriéndonos a nuevas posibilidades, apostando por una mirada crítica sobre la realidad, probablemente seremos más sabios y, sobre todo, más capaces de encontrar una felicidad plena de sentido.