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Esta mañana tomando un café con mi tía, Joaquina Utrera, surgió una conversación de lo más interesante en torno a las perspectivas de género desde nuestras dos generaciones. Ella en su libro Maduras y que tuve el honor de presentar, habla de cómo sienten las mujeres que rondan los 60. En nuestra charla yo le interpelaba desde mi punto de vista: el de quien está a punto de cumplir los 46.

Le decía a Quinita (como la llamamos en casa) que a las de mi edad, lo que ella explica en su obra, nos queda un poco lejos. Eso puede ser porque las mujeres de principios de los años 70 se las vieron con circunstancias muy diferentes a las hacemos frente nosotras. Ellas se revolucionaron contra el machismo explícito.

Nosotras, las de la generación X, sin embargo, parece que andamos medio aletargadas. Es como si, por un lado, comenzáramos a percibir, que ciertos espectros huelen a machismo. Pero, por otro, sentimos que no hay motivos por los que seguir batallando.

Es cierto que no se puede generalizar y que en todas las épocas ha habido comportamientos femeninos para todos los gustos. No obstante, esta es la imagen que me viene a la mente cuando abstraigo conceptualmente ambas épocas.

Fuera de toda duda está lo que pasaron las que también salieron en nuestra conversación y que ya no están. Reflexionábamos sobre aquellas abuelas que se llevaron la peor parte sin ni siquiera tener derecho a quejarse. No hablo aquí de las sufragistas de los libros de historia señaladas como heroínas de la causa feminista. Me refiero a las mujeres de a pie de principios y mediados del siglo XX. De aquellas que, aunque heroínas igual, los eruditos pasan por alto. Féminas de carne y hueso que hemos tenido en casa y relataban su experiencia. Relato que no deberíamos obviar.

Al regresar a casa tras el encuentro venía pensando en la secuencia. Primero, las más mayores padecían la faceta más aguda del patriarcado y me pregunto si ni siquiera se percataban de ello. Era “lo que tocaba” y apechugaban con lo que fuera. Segundo, con el tiempo llega el Mayo del 68 y “lo que toca” con la Segunda Oleada Feminista es revolucionarse. Muchas de las que tienen hoy la edad de Joaquina alzaron la voz contra la desigualdad por género. Con más derechos institucionales que las anteriores, ellas son las primeras en no tener complejos para gritar contra lo que consideran injusto.

Por último, estamos nosotras y me pregunto ¿qué hacemos y qué “nos toca” a las que rondamos los cuarenta y tantos? ¿tragamos o nos revolucionamos? Porque si bien sabemos (o deberíamos saber) que el androcentrismo sigue actuando, ¿por qué parece que estamos medio aletargadas y no hacemos demasiado para combatirlo? ¿qué hace que sigamos apechugando, como hacían nuestras abuelas con lo que ya debería ser obsoleto como la desigualdad por nacer hombre o mujer? Una vez más las de la generación X, también para este asunto, funcionamos como incógnita.