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He escrito este libro para encontrar causas de lo que me pasa a mí y a muchas otras. Para explicar lo que sé porque lo he sentido e investigado y lo que me han contado. Para que mi grito que hasta ahora se lanzaba al vacío, encuentre un lugar en el que, al menos permanecer.

Y si me quieres ¿por qué me matas? es una historia de mujeres que espera ser leída no solo por mujeres. Porque aquí somos más los y las que debemos reflexionar acerca de lo que sucede. Si dedico un noventa por ciento del escrito a nosotras, tomándonos como protagonistas del relato es porque este es el género con el que nací y con el que me siento identificada. No porque menosprecie otras opciones ni porque esté en pie guerra contra los hombres. Y si en algún momento parece que el texto destila enfado, no es por rencor. Es porque mucho de lo que trato aquí duele a mí y a mis allegadas más que a los varones. Ahora bien, que esto sea así, no implica que con lo que digo busque detrimento alguno para los hombres y sus antepasados. Cuando afirmo algo no lo hago contra nadie ni atacando a otros. Si, después de todo y a pesar de lo dicho hay quien se siente aludido, no me hago responsable de sus sensaciones. Aclarado así desde el principio, en adelante no voy a andar disculpándome por lo que pienso y escribo.

Con Y si me quieres ¿por qué me matas? no me dejo nada en el tintero. Me enfrento sin poner excusas a monstruos del pasado y fantasmas del presente femenino. Además, lo hago desde un lugar muy determinado: huyendo del victimismo. Alejándome de esta postura que ha hecho mucho daño a nuestro sexo y sobre la que no se puede apoyar ningún argumento. Y es que presentarnos como mártires nos perjudica. Dibuja una postura pasiva: la de alguien que no puede hacer nada para responder a su dolor. Las víctimas carecen de responsabilidad y libertad de movimientos. Les cuesta moverse porque su verdugo les arrebató esa posibilidad. Y quiero pensar (más bien, estoy convencida), tenemos mucho por hacer porque ahora podemos.

Y digo “ahora” porque hubo un tiempo en el que no pudimos. Épocas no tan pretéritas en las que las mujeres fuimos maniatadas y amordazadas. Lo que me hace consciente, dicho sea de paso, del poco mérito de mi ejercicio: hablar en un momento en el que la mujer, tras 10.000 años de historia, por fin tiene voz. Desafío kamikace el de aquellas a quienes admiro y dedico parte de la obra porque se jugaron el pellejo para traernos hasta aquí. Escribo este libro con la figura de esas féminas del pasado en mente. Recogiendo el testigo de las que hace tiempo soñaron un mundo mejor y lograron que hoy seamos quienes somos y vivamos como lo hacemos.

La pregunta que os puede surgir es entonces “si ahora tenemos voz, ¿para qué seguir dándole vueltas?”. Pues porque no es suficiente. Lo que se vivió y luchó en y desde la antigüedad no resuelve lo que nos pasa hoy. Las mordazas actuales son de otro estilo, pero siguen atando. En la actualidad seguimos sufriendo el patriarcado, pero se trata de un machismo reversionado más perverso, taimado, más sutil y escurridizo que el de entonces. Un androcentrismo que permanece velado, pero que está y sigue generando sufrimiento.

Como último “para qué” de esta historia, una motivación aparentemente paradójica, pero que, si se piensa, tiene mucho sentido. Escribo este libro con una intención final: que lo que relatan sus capítulos carezca de sentido lo antes posible. Sí, a modo de ejercicio autolítico, espero que en poco tiempo nadie lo lea por encontrar ridículo lo que explican sus líneas. Deseo que en no mucho, cuanto antes mejor, esta obra se llene de polvo en las estanterías porque sus contenidos carezcan de interés. Y que solo se lea para recordar un pasado remoto que retoma el retrato anecdótico de algo obsoleto. Que se entienda como parte de una leyenda que las abuelas contarán que pasó.