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En la empresa y en la vida cotidiana observo una especie de movimiento de regresión hacia lo que yo llamo lo natural. Aunque tímidamente y bajo el yugo del patrón consumista, cada vez más, se perciben traslaciones comportamentales que, cual brújula interna, dirige a los sujetos hacia un lugar común que traspasa la membrana de los esquemas individualistas, feudo del neoliberalismo exacerbado de nuestros días. Y esto es así porque se intuye, más que observa, que hay algo que nos estamos perdiendo. Ese algo, a su vez, nos liquida. Lentamente, casi sin que nos demos cuenta, va haciéndose con nuestras vidas agotándonos poco a poco hasta que sucumbimos.

Comunes son enfermedades físicas y falencias psicológicas de todo tipo en nosotros mismos y en los que nos rodean. Difícilmente, quienes las padecen, determinan con claridad su procedencia. Yendo a la neurociencia, con el recelo propio de la sospecha de que ésta no sea más que otro intento de apisonador aplanamiento de nuestras conciencias, probablemente encontrásemos respuestas, aunque fueran parciales, a nuestros males. Tal disciplina, desde su estructuralismo desmesurado, muestra que una cosa lleva a la otra. Es decir, la negatividad que, llegado a su grado máximo, se convierte en depresión, puede acarrear enfermedades que afecten a la fisiología de la persona.

Sin embargo, se hace necesario ir más allá, observar aquello que la mayoría ni siquiera sospecha, está generando esa negatividad. Porque aquel algo, al que me había referido, es precisamente la causa y motor de los primeros fallos que, desde lo neurológico, degeneran en plausibles dolencias físicas que pueden conducir hasta la muerte. No obstante, aunque parezca extraño, ese algo, no es un ente recóndito y por completo desconocido. No está escondido, aunque sí disimulado, encontrándose al alcance de cualquiera. Velado para algunos, lo único que precisa ese algo, para ser descubierto, es que aquel que pretenda revelarlo lo desee y arroje luz sobre él. Arrojar luz implica plantarle cara y, de ese modo, desactivar su poderío. Aunque ahondaremos en ello en próximos artículos, sin embargo, más o menos sombrío, sucede en nuestros días un retorno a encontrarnos, ya no como yo, sino como un nosotros, como parte de un todo. Contraproducente para las leyes del mercado, desear encontrarse con otros otros diferentes por completo a nosotros, es la puerta de entrada a maravillosos descubrimientos. Lo que no conviene al sistema que prefiere atarnos a la insatisfacción y hastío de encontrarnos siempre con lo mismo. Aburrimiento éste que paliaremos comprando el coche último modelo, porque cuando lo tenga seré alguien, me sentiré especial en medio de lo anodino, indeterminado y plano.

Porque lo natural es estar con otros y no sólo conmigo mismo. Sobrecargar mi yo implica que no vea más allá de mi ombligo y que llegue a cansarme de tanto mirarme. Porque somos gregarios y no es natural estar pendiente sólo de mí. Si bien el egoísmo puede tener que ver con el instinto de supervivencia, tal supervivencia hubiera sido errada de habernos desenvuelto solitarios en el origen de nuestra especie. Si el ser humano sobrevivió fue porque disponía de otros que lo hacían más fuerte que depredadores y desastres naturales de todo tipo. Así, volver al nosotros, implica descubrir el algo que nos debilita y convierte en enfermos. Lo que se nos escapa lo estamos casi rozando con la punta de los dedos, aunque, temerosos de recibir una descarga de estática, solemos echar un paso atrás. Sin embargo, aun con el riesgo que conlleva, vale la pena. ¡Qué sería de la vida sin un poco de electricidad!