En estos días a todos nos llegan mensajes que expresan mil y una formas de rechazo hacia este año que termina. Felicitaciones navideñas en redes sociales, noticias y comentarios de propios y extraños que señalan al 2020 como annus horribilis digno de olvido.
Llamadme rara, pero es que cada vez que recibo un comentario así, me viene a la cabeza justamente lo contrario. Personalmente, lejos de odiar a este 2020, me despido de él agradeciéndole que me haya enseñado tanto.
Desde luego, en estos meses han pasado cosas que no pueden agradar a nadie. Hemos perdido seres queridos y nuestra hasta ahora “sociedad perfecta” se ha convulsionado de una manera que no se recuerda. Y convendré con los que consideran negativo el año que nos deja, en que de estas desgracias no se aprende nada. Es decir, del sufrimiento “en sí” no se puede sacar más que dolor. Sin embargo, sí se puede extraer algo bueno de todo ello. Podemos quedarnos con las reflexiones a las que nos llevan estos momentos tristes o lo que los expertos llaman aprendizaje post traumático.
Este es precisamente el punto de vista del que parto para afirmar que de este año he aprendido muchísimo. Para empezar, he comprendido que es una bendición no haber caído enferma y que no falte nadie en casa. He aprehendido lo importante que es mi familia y mi entorno más íntimo y lo poco que importan ciertos aspectos que hasta ahora me parecían relevantes. Por decir, he hablado cada día con mis padres cuando antes me contaba a mí misma y a los demás que no tenía tiempo para hacerlo. En cada llamada, he disfrutado de sus voces y sonrisas y me he dado cuenta de lo difícil que sería mi mundo sin ellos.
También, por qué no decirlo, en este 2020 me han pasado cosas que, aunque no parezcan relevantes, sí lo son para mí. Por ejemplo, me he comunicado más que nunca con otras personas a las que aprecio. Y lo he hecho, (¡oh, sorpresa!), sin necesidad de aviones ni viajes ni excusas. He normalizado conocer on line a personas estupendas a las que antes hubiese cerrado la puerta. He interiorizado nuevas formas de trabajo que antes me parecían inviables y he recibido por ello lecciones de humildad descomunales. He superado el reto de ayudar a otros a través de una pantalla y le he perdido miedo al miedo de equivocarme en estas nuevas maneras de hacer.
Pero por encima de todo, me llevo cosas que han modelado cómo vivo y siento la vida. En estos meses he aprendido a valorar más mi salud cuando me ha aterrorizado salir a la calle por temor a perderla. He entendido la esencia de la libertad cuando han coartado mis movimientos. He comprobado la maravillosa capacidad de adaptación que todo ser humano tiene. He visto cómo las personas se volvían más personas y cómo la compasión nos invadía a todos. He sentido en mis carnes la solidaridad, el altruismo y una sensación de hermandad que, de otro modo, no hubiese experimentado.
He descubierto al fin, que el germen de la felicidad está en uno mismo. También en los otros, pero en uno mismo sobre todo. Que el secreto está en levantarse cada día, darse cuenta de que la vida es muy corta y que merece ser vivida.
Gracias 2020 y muy Felices Fiestas a todos.