Seleccionar página

Cuando supe que estrenaban Blade Runner 2049, en un primer momento me vino a la mente aquello de “segundas partes nunca fueron buenas”. Después, la curiosidad pudo conmigo y ayer fui a ver lo que le había sucedido al agente Deckard treinta años después de su debut. Aunque, bajo mi punto de vista, Villeneuve podría haberse ahorrado los últimos cuarenta minutos de violencia gratuita, me alegró observar que la secuela ofrece argumentos para la reflexión.

Como se había planteado en la primera versión de la saga, la diferencia entre un replicante y un humano son los sentimientos. La persecución de los mismos, por parte Tyrell Corporation, Wallace y las agencias de control, forman parte de la conveniencia para que el orden, en esa futurista sociedad, siga existiendo. El control de los sentimientos… Curioso.

Reflejo de lo que se expresa en el film no deja de ser la escenificación que proponía el profesor de Filosofía de la Cultura a sus primerizos alumnos que, como yo, asistíamos a sus sesiones en la UB. El primer día de clase entró y, sin más presentación, dijo algo así como: “Soy un androide muy sofisticado. De no serlo ¿Cómo lo demostraríais?”. Cada uno de nosotros aguzábamos nuestras preguntas y argumentos, obviamente, siempre sin éxito. Este mismo docente fue el que, como única evaluación de examen, propuso como cuestión: “¿Qué es la vida?”. Aunque hubiéramos estudiado el temario completa e, incluso, habiéndonos licenciado, este aparentemente inofensivo interrogante, queda sin respuesta. Podríamos acercarnos para contestarla a tesis materialistas radicales y afirmar que, al principio de los tiempos, una molécula se juntó con otra, que luego éramos peces… en fin, hasta llegar a lo que somos hoy. Pero no. Sigue sin ser respondida. Porque ¿cuál es la chispa que hace que esas dos primigenias moléculas vivan?

Puede que encontremos versiones explícitas de esta pregunta en Blade Runner 2049 cuando, en un par de ocasiones, se cita la importancia del alma en el asunto. Nacer, parece que suponen los protagonistas, implica tener alma. ‘Alma’ que viene, etimológicamente de Anima: estar animado, vivo. Relacionado con este movimiento o animación, de poderlo concretar, ¿qué movería más a las personas? ¿mueven más los pensamientos sistemáticos o los sentimientos? O lo que es lo mismo: ¿puede más la cabeza o el corazón?

Seguramente si nos vamos al ámbito de lo científico, será la combinación de ambos sistemas los que generen cambios en nosotros y nuestros comportamientos. Pero, quedémonos en lo intuitivo. Aunque realmente fuese complejísimo reproducirlo a la perfección, parece que ya tenemos la puerta de entrada abierta para imitar, (al menos, parcialmente), los esquemas generados por el razonamiento. No sólo porque así lo proponga la película, sino porque nos encontramos ante este tipo de estructuras a diario cada vez que nos servimos de un ordenador, por ejemplo. Es decir, la parte de la mente llamada cognitiva, con la ayuda de ciertos avances, sería más fácilmente replicable que otra. ¿Cuál es esa otra? La llamada Inteligencia Emocional o, mejor, aquella parte de nuestra psiqué que se ocupa de los sentimientos. Y es que, ya la propia definición de emoción parece quedar necesariamente afectada por algo que tiene que ver con lo impredecible e imprevisible. Este agente que actúa desde lo inesperado y fortuito sería mucho más complejo de calcar. Prueba de ello son la multitud de robots que se pretenden inventar en forma de compañeros o amigos. En todos ellos destaca siempre la imagen de un ser inerte y frío, incapaz de sentir.

De modo que lo que describe Blade Runner no es descabellado si nos los planteaos desde este lugar. Porque, si damos un paso más, quizá la maravilla de los humanos se encuentre precisamente en esa capacidad de desarrollar lo espontáneo. Son los sentimientos, en definitiva, lo que realmente mueve a las personas en sus acciones, lo que los hace sentir vivos. Ello es precisamente lo que parece conectar la Inteligencia Emocional con el Anima. Y parece que los protagonistas del largometraje, buscando la fórmula que dé con el secreto, topan de bruces con ella. Y ahora desean reunirse, obviando su casta y aquello para lo que inicialmente fueron programados, con la esperanza de dotar de nuevos seres al mundo: androides de segunda generación con ansía por ser humanos o casi humanos a través del nacimiento y, con él, la pertinente consecución del alma. Aunque estos sean defectuosos, (tal como plantea el relato en el que la pseudo androide nacida tiene problemas de inmunodeficiencia), vale la pena luchar revelándose contra quienes los construyeron, a cambio de dotarse de una identidad propia radicada en la capacidad de sentir.